Iniciamos con este una serie de artículos sobre la cirugía ortopédica de rodilla en los que os orientaremos sobre cuando y por qué optar por la sustitución quirúrgica de la rodilla, los cuidados antes y después de la intervención, así como el proceso de recuperación y rehabilitación.
Una rodilla artificial o prótesis, obviamente, no es tan buena como una rodilla natural si está en perfectas condiciones. Pero cuando la rodilla padece alteraciones severas, lo ideal es optar por su sustitución quirúrgica por partes artificiales.
El objetivo de la colocación de la prótesis de rodilla es aliviar el dolor durante unos años. Tras la operación, el paciente estará de nuevo capacitado para realizar algunas actividades normales de la vida diaria, pero debe evitar las actividades que supongan una sobrecarga para su rodilla artificial (práctica deportiva o trabajos pesados) y evitar el sobrepeso.
En la mayoría de estos casos el paciente suele superar los 55 años, aunque en ocasiones es preciso ponerla en jóvenes. Alrededor de un 80-90% de estas prótesis duran mas de 10 años.
El procedimiento se realiza separando los músculos y ligamentos que tenemos en torno a la rodilla, hasta abrir la cápsula que envuelve la articulación. A continuación se retiran los extremos alterados por el desgaste del fémur y de la tibia. Para recubrir el extremo del fémur se encastra a presión un componente metálico, mientras en el extremo de la tibia se coloca un componente que tiene una parte metálica y otra de polietileno. Si se precisa, se pone también un botón de plástico en la rótula. Para conseguir una más rápida fijación de los componentes al hueso se suele usar un cemento óseo (metilmetacrilato).
Para que el procedimiento sea un éxito, eliminando el dolor de la rodilla y dotándola de una buena funcionalidad, es siempre muy importante la cooperación del paciente.